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Andres Vancook

Quiero contarte un historia de esas que leen hasta los que no les gusta leer. Se trata de algo que me contó alguien que me pidió no revele su identidad, pero si quiere que sepan su historia.


Es real, diferente y quizás a muchos les pueda incomodar.

Se trata de Lucía, quién al igual que todos vivió un 2020 feo, incómodo. Ella trabaja en una librería, es quién cobra los libros. Esa librería cerró sus puertas a mitad de año y ya no volvió a abrir. El comprar en línea, los libros digitales, el quédate en casa y las miles de ofertas de entretenimiento vencieron el negocio en cuál trabajaba hacía dos años.


Ella tiene 24 años, es la hija mayor de tres hermanos. Vive con sus padres y es quién se ocupa de las tareas de la casa ya que sus papás son adultos mayores.

Cuando comenzó a quedarse en casa comenzó a notar las carencias, la falta de dinero y el miedo de no poder salir a las calles. La desesperación de ver desaparecer sus ahorros y las necesidades que su familia comenzaba a tener.


A finales de año, su mamá enfermó del COVID, al parecer fue a causa de algún descuido en traer el mandado, porque en realidad sus padres jamás salieron durante todo el periodo de cuarentena ni posterior. Su mamá comenzó a sentirse mal un jueves por la noche, así que llamaron a un médico amigo de la familia. Los síntomas eran los típicos de la enfermedad, por lo que al ver que todo empeoraba rápidamente la llevaron a un hospital.

Esperó un buen rato en un pasillo frio en medio de la noche hasta que un grupo de enfermeros, tapados de pies a cabeza llegaron en una silla de ruedas para llevarse a su madre sin ninguna explicación. Lucia esperó en aquel pasillo unos diez minutos hasta que llegó uno de los mismos enfermeros para darle un cuestionario para llenar con datos. Desde ahí no vio a su madre hasta cuatro días después. En esos días de espera, solo supo que había sido intubada y que no veían mejoras.


El martes siguiente por la mañana, Lucía recibió una llamada difícil de asimilar, donde se le dijo que su mamá no tendría mejora, que la muerte era inminente. Por medio de muchas gestiones logró algo que era casi imposible, conseguir poder entrar al hospital con todas las medidas de seguridad y bajo su propio riesgo, para ver una última vez con vida a su madre.

Con un traje que prácticamente no tenía ninguna zona de piel visible y una máscara que cubría todo su rostro Lucía tomo la mano de su mamá y sintió por última vez el calor de esos dedos que tantas veces le acariciaron, le prepararon el desayuno, las comidas y la cena.

Viéndola conectada a una máquina y rodeada de más personas en la misma situación, con médicos y enfermeras tapados de pies a cabeza por todos lados, Lucía se retiró un guante para saltar las reglas y sentir el calor de su mamá.


Tocó sus arrugas y parecía ser una despedida eterna. Una enfermera vio la situación y se quedó mirándolas, Lucía respiraba lento, sus lágrimas eran calientes, su aliento empañaba la máscara, por eso trataba de contener la respiración para verla con claridad una última vez.

Dice que sintió que cerró suavemente su mano, las caricias eran rápidas pero eternas. Tomó su celular y comenzó a reproducirle unos mensajes de audio que tenía grabados de sus hermanos, hasta que llegó el de papá. Una voz quebrada retumbó en los pasillos:


“VIEJITA LINDA. GRACIAS POR TODO. GRACIAS POR TODO. GRACIAS POR TODO. TE FUISTE SIN DECIRME ADIÓS. TE AMO… ABRÁZAME”


La enfermera la abrazó por la espalda. Lucía soltó su mano y solo se alejó de la camilla mirándola hasta salir de la habitación.


Un año lleno de historias que no se pueden explicar. De vidas que fueron tocadas de una manera poderosa. Enfrentamos un enemigo que solo se presenta una vez cada cien años, y fuimos esa generación que sufrió su ataque despiadado, silencioso y que no discrimina.

A todos parejos, en cualquier país, cualquier situación económica, raza o edad. Todos fuimos víctimas de esto y aun no asumimos los momentos sombríos que pasamos en el 2020, momentos que aun hoy no acaban pero hay un pequeño sentimiento de esperanza.

Hoy quiero compartir esta historia en honor a todas esas historias que miles pasaron y pasan por culpa de esto que aún no tiene una explicación. Me uno al dolor de tantas y tantos con lágrimas mientras comparto tan solo una historia, la cual espero te recuerde tanto como a mí que somos humanos y hay que hacer empatía con los demás.


Que Dios te llene de cosas buenas y buena salud para encontrar la felicidad en este año que recién comienza. Con un poco de optimismo haremos que las cosas sean más fáciles de llevar, teniendo todos los cuidados y manteniéndonos alerta de cuidarnos y cuidar a quienes queremos, ganaremos tiempo y vida mientras ese asunto de la vacunación nos da un respiro que nos permita respirar sin cubrebocas y volvernos a abrazar.


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