El día después de que la última víctima de COVID 19 se recupere, al igual que ha pasado con otras pandemias a lo largo de la historia, el mal momento se olvidará con el paso de algunos días.
Lamentables las pérdidas humanas, irrecuperable la paz quitada, muy doloroso el clima en el cual nos sumergió el maldito virus chino.
Sacaremos la cabeza fuera de la ventana para respirar. Daremos las manos y los abrazos sin limitaciones, estaremos más conectados a las computadoras y los celulares. Será más compleja la decisión de salir o quedarnos en casa. Estaremos atados a la costumbre de tener cuidado mientras que nuestro instinto nos hará presión por estar fuera.
La primera lluvia en tu ciudad después de saber que no hay peligro en las calles se escuchará nuevamente nítida y sin temor. La primera visita a un supermercado sin cubre bocas será casi mágica.
Ya no habrá miedo ni desconfianza. El mundo girará como lo ha hecho sin pausar su marcha pero ahora con un espíritu de humanos que sienten las cosas de otra manera.
Porque fue un momento muy duro, un año terrible, una desesperación para grandes y chicos. Perdidas incalculables en todos los sentidos. Pusimos todo en estado estático durante muchos meses, los cuales no se nos pasaba por la cabeza que pudiéramos aguantar.
Si nos hubiesen dicho que estaríamos confinados durante un par de semanas seguramente hubiésemos asegurado que no sería posible, pero fueron meses, se llegó al año y siguieron los problemas ramificándose por sitios y lugares sociales de todo tipo.
Nos golpeó y nos dio una dura lección. Nos recordaron lo vulnerables, casi cristalinos que somos.
Pero el día después de que se dé por terminada esta terrible historia de terror seremos nuevamente libres, volveremos a pensar con claridad, estaremos traumados y habremos dejado una marca fuerte en los niños, en las generaciones que recién inician y tuvieron que entender la importancia de lavarse las manos para sobrevivir.
Vimos muchas personas dejar este mundo, sufrimos sus partidas. Sufrimos la información invasiva y la desinformación curiosa que no fue clara ni a tiempo. Morimos, una parte nuestra murió, una generación quedó impactada, arrastrada por el tsunami de basura que nos trajo este ataque pandémico que fue mutando y cambiando de forma y lugar, como si se hubiese tratado de una guerra silenciosa, invisible, un ataque mal intencionado.
Ganamos la guerra, libramos batallas, conocimos lo peor del sufrimiento de millones de personas en todo el mundo, donde no pudimos tocar, besar ni abrazar. Nos dieron donde más nos duele.
El mundo es un lugar maravilloso, la vida es una fórmula perfecta que nos pone a prueba en cada momento. Tantas personas declinan de la hermosa aventura de vivir, se quitan la vida. Mientras que otros ven llegar el final en manos de cosas como estas, como este virus moral que nos aniquiló.
Hay más bueno que malo, hay más vida que tragedia, hay más historias por contar.
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