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A veces hay que esperar. Soy una persona extremadamente ansiosa, al punto en el que me duele la mandíbula por dormir apretando los dientes. La ansiedad por lo que pasará, los resultados, el tema pendiente.

Pero al final, a veces hay que esperar.

Los años nos enseñan eso, a ser más cautelosos. Siempre había escuchado que el león se vuelve más astuto cuando es viejo, que suele esperar detrás de las ramas a su presa en lugar de correr detrás de ellas por el bosque. Los humanos somos parecidos.

Se trata de saber esperar y a su vez tener todos los conocimientos adquiridos a la mano, para echar mano de ellos en cualquier momento.

El momentos de incertidumbre mundial debemos saber esperar y también prepararnos. Porque esperar no significa no hacer nada. Un descanso no debe ser eterno, para eso está la muerte.

Mejor programamos en vida y en nuestros momentos de vacío algunas cosas, algunos nuevos trucos. Mejoremos en lo que sabemos hacer, preparemos las cosas de la manera más ordenada y con el mayor cariño posible. Por nosotros y por quienes nos importan. Debemos prepararnos antes, durante y después de la tormenta.

Nunca es tarde para iniciar o continuar aquello que nos apasiona. Desempolvar eso que guardamos hace tanto y nos hacía tanto bien tener o hacer.

La pandemia es una prueba, un desafío mortal y desgastante que nos está poniendo a prueba a todos. Me cuesta mucho descifrar el rumbo de los próximos años del mundo. No hay nada claro para nadie, por eso es que debemos ponernos a trabajar, a pensar a buscar nuevas y mejores maneras de hacer las cosas.

Cada vez que me pongo gel antibacterial en algún sitio pienso “esto es por algo” y entiendo lo desprotegidos de temas infecciosos que estábamos, lo poco protegidos que vivimos. Quizás no esté mal aprender a implementar un poco más de esas cosas para vivir una mejor vida.

A partir de ahora cada vez que vea a alguien con cubre bocas recordaré este 2020 maldito y aleccionador. Este año de cifras oscuras y muerte, de números rojos y proyectos que cayeron como moscas ante el veneno.

Pero el resultado debe ser calma después de esta tormenta. Por eso considero que cuando nos tomemos esos minutos de verdadera paz y reflexión podemos hacer la diferencia.

Estamos en un mundo imperfecto, tan seco como lleno de agua, donde las injusticias y la locura se llevan los primeros lugares. Donde la desigualdad y la falta de valores parecen ir en constante crecimiento. Y esas graficas me alarman más que las de COVID-19. Porque este virus chino pasará y dará paso a otros iguales o hasta peores. Pero los que hacemos la diferencia en el día a día, en nuestro mundo en la actualidad somos los mismos.

El arte nos puede salvar, la historia nos debe enseñar y el presente nos dejará un legado, en el cual los sobrevivientes tendremos una marca generacional que hará la diferencia en los años venideros.

Nuestros niños estarán en un nuevo entorno mundial donde el desorden originado por este asunto viral puede dejar secuelas, seguro las dejará.

La enseñanza debe evolucionar mucho más. En estos tiempos debería haber clases y terapias al mismo tiempo. Los adultos no logramos dimensionar el golpe duro de entender con menos de diez años todo lo que estamos pasando, siendo los adultos los que creemos que todo está claro al hablar de un virus, ponerlos en cuarentena, darles clases en línea y obligarlos a taparse la boca mientras exigimos distancia social.

Ojo, esto tendrá consecuencias. Así como en Japón disminuyeron los embarazos por miedo, golpeando su futuro cercano en medio de su población que ya de por si era adulta. Los niños de todo el mundo sufrirán a causa de toda esta desfragmentación mental que estamos viviendo.

Tenemos abundancia de agua salada y somos un planeta sin agua dulce para todos. Qué ironía.

Debemos aprender a tomarnos un tiempo para pensar. Pensar y pensar para seguir dando los pasos necesarios tanto afuera de casa como a la hora de comer en familia.


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